Monday, October 09, 2006

Con respecto al taller

El taller de habilidades generales en todo momento significó algo distinto a lo que esperaba. En principio, eso de “habilidades generales” me sonaba demasiado ambiguo, por lo que decidí esperar a que lo definieran antes de apuntarme. Después me enteré que el asunto iba a girar en torno a al manejo de la imagen y me interesó un poco más.

Una vez que el taller se puso en marcha mi idea volvió a cambiar. Yo esperaba un taller un poco más práctico en cuanto al manejo de la imagen, pero creo que la idea iba más en el sentido de reflexionar en torno a ella. De hecho no me pareció mal. Me gusta pensar sobre cosas que me parezcan interesantes y la imagen es una de ellas; sin embargo, me hubiera gustado que se brindaran un poco más de herramientas en cuanto al buen uso de la imagen en nuestras distintas actividades. Creo que parte de eso se logró con la invitación del Giovanni y la última sesión que tuvimos; no obstante, debo de confesar que pensé que el curso sería en ese sentido desde un inicio.

Con ello no quiero decir que estuviera bien o mal que el taller fuera de esa manera. Como saldo positivo me llevo la idea de ser un poco más reflexivo con respecto a mi lectura de la imagen. También me gustó leer a Flusser, aun cuando no me convenció del todo en ciertos aspectos.

El accidente… ¡Lotería!


Medio día me pasé en el ColSon pensando en una analogía útil para hablarles acerca de mi tema de tesis. Ya un poco desesperado por terminar con el asunto, recurrí a la Internet y le planteé a Google.com una frase para completar que decía algo así: “Los accidentes son como…”. Fueron pocos los resultados y de principio ninguno llamó mi atención; sin embargo, al volver a mi casa y sentarme durante unos minutos a meditar frente a la computadora, reconsideré la situación.

Uno de los resultados de la búsqueda completaba la frase de la siguiente manera: “Los accidentes son como la lotería”. De principio descarté la respuesta, pero creo que en parte, sólo en parte tiene aplicación. De acuerdo al Informe Mundial sobre Prevención de los Traumatismos Causados por el Tráfico (OPS, 2004), históricamente los accidentes eran vistos como hechos fortuitos que le suceden al “otro”. Esta forma de concebir los accidentes es el motivo por el cual el trato que se le dio a estos sucesos por parte de la salud pública se caracterizó por la indiferencia.

En la actualidad, en muchos campos científicos y disciplinarios la perspectiva ha cambiado, de tal forma que algunos, en vez de accidentes, prefieren adoptar el término “colisiones” o “choques” y se afirma que estos tienen el carácter de prevenibles. Sin embargo, para el caso de muchos transeúntes, con nuestras prácticas viales parece que intentamos atinarle al premio mayor. Y con “intentamos” quiero decir que aún la lotería, un ejercicio de azar por excelencia, requiere por principio la iniciativa del ganador para comprar su billete.

Sin duda, los accidentes de tráfico desde una perspectiva epidemiológica e incluso sociológica, se pueden analizar a nivel poblacional en términos de probabilidades. No obstante, nosotros los transeúntes podemos contribuir con nuestras conductas y así cambiar los pronósticos. No usar el cinturón, descuidos mecánicos, negligencias, transitar a alta velocidad, no respetar las señales de tránsito, conducir en estado de ebriedad… Cada comportamiento riesgoso implica comprar un número más que aumenta nuestras probabilidades en el sorteo. Incluso en ocasiones nos subimos varios a circular en un automóvil y después de unos alcoholes y sin conductor designado nos jugamos la vaquita.

Por otro lado, la diferencia esencial entre un accidente de tráfico y la lotería es la probabilidad misma. Volviendo al Informe, éste dice que el riesgo de participar en un choque no se pueden valorar sólo para un trayecto individual; son muchas las veces que nos trasladamos por año, mes, semana y hasta por día. En cambio, el “riesgo” de sacarse la lotería no lo enfrentamos a diario y las probabilidades se dividen entre muchos más. En otras palabras, es muy improbable que le atinemos al premio mayor, en cambio, si seguimos con nuestras conductas viales riesgosas, si acaso no gritamos ¡lotería!, por lo menos haremos chorro, centro o cuatro esquinas.

Bibliografía:
Organización Panamericana de la Salud. 2004. Informe mundial sobre prevención de los traumatismos causados por el tráfico. Whashington, D.C: OPS.

Disciplinas relacionadas para el estudio de los accidentes de tráfico


Estas son la serie de disciplinas involucradas en en estudio de los accidentes de tráfico. En mayor o menor medida, cada una me ha servido de referente, sea en la descripción, el manejo teórico o el empleo de herramientas metodológicas.

Thursday, October 05, 2006

Mapa conceptual sobre el Cerebro



Estos son los conceptos que recuperé después de ver el video de Discovery Channer referente a la evolución del cerebro humano.

La imagen



Este es el mapa conceptual del capítulo 1 del libro de Vilem Flusser referente a la imagen.

Yo a la moda


“No me importaba nada; yo no era un hombre moderno ni tampoco enteramente pasado de moda; me había salido de la época y seguía adelante acercándome a la muerte, dispuesto a morir. No tenía aversión a sentimentalismos, estaba contento y agradecido de notar en mi abrasado corazón todavía algo así como sentimientos.”

El lobo estepario
Hermann Hesse

Hay ocasiones, sobre todo en momentos de crisis o cambios en mi vida, en que me pongo a reflexionar sobre quién soy. Ya saben, momentos en que me pregunto ¿qué hago aquí?, ¿por qué no allá?, ¿y que tal si…? y un sin fin de esas preguntas que nos llegan a lo que nos da por pensar de más, y consiente estoy que no necesariamente significa pensar bien. Desde muy chico me dio por la filosofada. Sin embargo, en ocasiones el resultado de esas preguntas me ha llevado a cosas agradables e incluso entretenidas. Situaciones como esas me suceden cuando se me ocurre volver a mi pasado por medio de las fotografías.


Un día tuve la idea de tomar todas mis fotos de pequeño y acomodarlas en orden cronológico como una forma de reconstrucción en papel de mi pasado. Al tiempo me enteré que éste es un buen ejercicio que algunos psicólogos recomiendan a sus pacientes. Lo curioso es que después de varios años de verlas, muchas reflexiones han surgido. Una de esas tiene que ver con las pocas cosas que me preocupaban en mi niñez, entre ellas la moda.


Recuerdo una foto que me tomaron cuando tenía dos años de edad. Un overol rojo, una camiseta, mis zapatos ortopédicos, el pelo despeinado y una sonrisa plena. La vida la tenía resuelta. No recuerdo si en aquellos tiempos me daba por verme en el espejo, pero dudo que estuviera preocupado por tener un peinado de raya en medio; o por mis zapatos que evitaban que corriera chueco; o por la marca del overol, que dicho sea de paso, era el mismo que lucía mi hermano mayor en una foto que le tomaron cuando tenía mi misma edad. Siendo el de en medio, fui el hijo con el cual empezó la cultura del reciclaje en la familia.


Sin embargo, mi actitud despreocupada ante la moda un día cambió. En algún momento de mis últimos años de primaria y el inicio de la secundaria ya no supe lo que eran los tenis Panam ni los zapatos de la Tres Hermanos. De pronto, cual vil ceniciento, sentí que sólo me calzaban los Nike y los zapatos Land Rover. El rojo me pareció un color muy payaso y lo cambie por unos pantalones azules “originales” 501; unos pantalones que para que se vieran bien, el molde tenía que tener buena pierna y, como detalle, cabe mencionar que siempre fui bien flaco. En cuanto a mis pelos, un día dije que quería peinarme pa’tras como mi tío Ricardo. Sufrí un rato ya que para bien o para mal, tengo dos remolinos en la cabeza que hacen que, como el Peje, siempre esté con la amenaza de que se manifieste un gallo. Al final, tuve que hacer una tregua y peinarme de lado.


Al finalizar la secundaria y entrar a la prepa las cosas evolucionaron. A causa de la devaluación del 94, dejaron de importar zapatos Land Rover, por lo que tuve que subirme a la hola de los Flexi, un retroceso pero a fin de cuentas todos los usábamos. Comencé a ponerme camisas de diversas marcas, todas buenas además de caras. También decidí cambiar de número. Me convencí de que el 550 se veía bien en los pantalones, aunque empecé a dudar de que fueran “originales” porque las tiendas se empezaron a inundar de otros muy parecidos de marca Guess y Silver Tap; luego me enteré de lo Calvin Klein, Tommy, Nautica y Ralph Lauren. Para fines de la prepa, creí haber encontrado los pantalones perfectos; me puse unos Girbaud y pensé que de esa marca no me moverían. Sólo puedo decir que, a la fecha, no he vuelto a ver uno de esos en alguna tienda. En cuanto al peinado, un día de frustración ante mis remolinos decidí raparme, pero pronto volví a la cordura y seguí peinándome de lado.


Ya a mitad de la carrera la crisis económica del estudiante me pegó bien duro. Usaba unos zapatos con los que por suerte no me salieron hongos porque no me los bajaba. Tarde o temprano, mis pantalones de mezclilla se me gastaron y sin más remedio tuve que sacar las camisas de domingo y unos Dockers que tenía guardados. Involuntariamente me convertí en un chavo maduro de tipo casual. En cuanto al peinado, decidí ahorrar unos pesos cortándome yo mismo el pelo con una maquina, cosa que a la fecha sigo haciendo. Sólo yo sé lidiar con mis remolinos. Cuando recuerdo esos tiempos, creo que si algo me incomodaba no era la carencia en sí; después de todo, sin contar uno que otro sueño, nunca me vi desnudo a mitad de un salón de clases. Primero me molestó no poder vestirme como la gente “normal”, después simplemente me incomodaba no vestirme a mi gusto.


Ahora, a mis recién cumplidos 28 años, sé que durante toda mi vida son incontables las veces que me he visto en muchos tipos de espejo, pero creo que al único que le he permitido que me fastidie es al Yo a partir del otro. Dice el refrán: “de la moda, lo que te acomoda”. Mi problema con la moda es que nunca termino de acomodarme a ella. No pienso volver al overol rojo, pero en cambio, tengo ya algunos años que desarrollé una fijación por los huaraches, no sé si es porque permiten que se oreen más los pies. Mi número favorito es el 528, me amolda muy bien. Lo único que sí me afecta un poco es que, ahora que está de moda traer los pelos parados, empiezo a quedarme calvo.

Nunca frenes Pablo


Algunos dicen que el tema de tesis puede reflejar mucho del tesista. En lo personal, el mío surgió de una propuesta del Área de Salud ante la cual, contrario a mi acostumbrada lentitud, pronto me anoté. A pesar de ser psicólogo, no suelo detenerme mucho a pensar en motivos inconcientes. Sin embargo, sí estoy conciente de que, como ser social, no puedo sustraerme de la realidad, investigo un fenómeno en el que estoy inmerso. Ahora que me veo en la situación de asociarlo con lo visto durante el taller, mi mejor recurso es acudir a mi acervo privado de imágenes. Como la abuelita, sacaré del baúl uno de mis recuerdos.

Como conductor, sólo en una ocasión me he visto involucrado de forma directa en un accidente. Fue al salir de una gasolinera. Nada de importancia, sólo puedo decir a mi favor que no tuve la culpa. La imagen que conservo, es decir, el recuerdo, permanece dado que es la única experiencia de ese tipo como conductor. Sin embargo, aun cuando no se trata de presumir, en mi calidad de simple transeúnte he presenciado cosas peores. Un ejemplo es la primera vez que vi morir un ser humano en un accidente de carretera.

Tendría unos once años. Junto con varios compañeros de mi edad, viajaba en un camión de pasajeros de regreso a mi natal Ciudad Obregón después de una semana de campamento en Nacozari. Descansando en uno de los primeros asientos cercanos al chofer, se me ocurrió asomar mi cabeza por el pasillo de tal forma que podía ver la carretera por el parabrisas del vehículo. Nunca he estado muy cercano a mi propia muerte, pero a veces pienso que ese momento fue una aproximación. Me refiero a esa sensación contada por la gente que se ha visto en el borderline ante una situación de peligro, de que el tiempo se altera y todo sucede en “cámara lenta”, pero a la vez, sólo se trata de un segundo. Los recuerdos, imágenes y sonidos de ese segundo en que se me ocurrió ver hacia el frente son los que narro a continuación.

Dice un principio de la Gestalt, aquella teoría psicológica basada en la percepción, que el cerebro tiende a complementar y unir los fragmentos de una imagen para darle un sentido. No sé hasta que punto mi imagen es el resultado de unir no sólo lo visto y oído, sino también lo imaginado y especulado después del segundo que experimenté. A la vuelta de diecisiete años, no estoy seguro a ciencia cierta de la fidelidad de las cosas; sólo sé que cuando lo cuento de esta forma, ese segundo cobra cierta unicidad y sentido.

Frente a nosotros circulaba una camioneta de color gris. No recuerdo el número, pero sé que eran varias las personas que viajaban en la parte trasera; lo recuerdo porque al verlas pensé en la incomodidad que seguramente tendrían. De entre todas ellas, la que más llamó mi atención fue un individuo que viajaba de pie recargando sus brazos en el lado izquierdo del techo de la cabina del vehículo, es decir, el lado del conductor.

Un fuerte retumbo alteró el ambiente. La llanta frontal izquierda, la del lado del conductor, reventó. Al instante vi como el vehículo se volcaba hacia el lado izquierdo. Luego me enteré que, según la física, es la reacción esperada cuando el conductor frena de forma súbita en una situación así. Recuerdo un niño que pareció volar por los aires hasta caer a mitad del camellón de unos diez metros de ancho que separaba la carretera de cuatro carriles. Al igual que el niño, los demás pasajeros quedaron heridos y regados a mitad de la carretera; todos excepto uno, el hombre que iba de pie. Para este caso no sé explicar el movimiento lógico que según la física debió de seguir el cuerpo; sólo recuerdo que el hombre fue el primero en salir del vehículo, cayó de boca en el carril de alta velocidad e inmediatamente después el techo de la cabina aplastó su cabeza.

Pensando en todo este asunto de la imagen, me queda claro que hay momentos de la vida en las que, aun cuando tenga a la mano un aparato, no hay tiempo suficiente para “capturarlos”. No pude tomar una foto, no puedo hacer una dramatización del hecho; aunque le parezca a Flusser una mayor distorsión, sólo puedo ponerlo en palabras, decodificar la imagen acomodando símbolos de forma lineal y esperar que los que me leen se puedan hacer una imagen lo más aproximada posible. De cualquier forma, tal como lo dije, ni yo mismo estoy seguro de la veracidad total de la imagen que conservo. Es posible que la interpretación que hagan de mis palabras tenga una mayor aproximación a la realidad. De lo que sí estoy seguro es que la experiencia fenoménica de ese momento, por decirlo de alguna forma, es bastante real; tan real como mi primera experiencia ante una muerte violenta a la edad de once años. A la fecha, cada vez que manejo en carretera me viene un pensamiento: si se revienta la llanta delantera izquierda de mi vehículo, nunca frenes Pablo, la gente puede morir al hacer eso.